POR ANA RODRÍGUEZ PENÍN
SECRETARIA DE IGUALDAD DE LA LIGA DE LA EDUCACIÓN
¡Por fin! 2018 tendrá un 8M reivindicativo, activista, alegre y feminista.
Será un día reivindicativo a nivel internacional, porque 177 países tienen desde hace un año grupos de mujeres preparando una huelga para la que nos sobran razones: hay 23 páginas de argumentos del por qué y del para qué hay que hacer una huelga laboral, de cuidados, estudiantil y de consumo (hacialahuelgafeminista.org). Y nos sobran a todas, las tres generaciones de mujeres que ahora mismo convivimos, con trayectorias vitales muy diversas por edad, clase social, orientación sexual, etnia, creencias, pero que, con diferencias de grado y forma, todas están atravesadas por las desigualdades y las violencias machistas.
Será también un día para manifestar nuestro activismo a través de marchas y actividades innovadoras en el ámbito de la protesta, reconociéndonos unidas a un movimiento liberador que, desde hace siglos, lucha por la conquista de nuestros derechos. Porque tenemos una deuda con las que ya no están, las que nos han dado confianza para gritar y para que nuestro grito no se quede sólo flotando en el aire. En ellas están las raíces de este movimiento, en las que nos han dejado su obra, su conocimiento, su ejemplo, para que desde ahí podamos seguir cambiando el mundo. Por eso no es una huelga de mujeres, sino una huelga feminista.
Hace tiempo que mujeres como las sufragistas, las madres de la Plaza de Mayo o las Mujeres de Negro inventaron nuevos modos de lucha. El 8M hay que mostrar que “ sin el trabajo y el esfuerzo de las mujeres el mundo se para”, y eso exige una huelga compleja y diferente, como lo son nuestros trabajos, nuestras dobles o triples jornadas. Se convoca sólo a las mujeres pero concierne a toda la sociedad. Como huelga laboral exige cambios legislativos para terminar con la brecha salarial y con las violencias machistas, pero es también una huelga de cuidados. Hay que poner en la agenda política y social la importancia de un trabajo indispensable para la comunidad, ejercido por mujeres de forma “natural” y gratuita, de escaso aprecio social, incluso cuando se externaliza, e invisible para un gobierno que, al recortar los presupuestos de educación, dependencia y sanidad, aumentó la carga sobre las espaldas de las mujeres. De la importancia que tiene la educación para el cambio social, de roles de género o de estereotipos que perpetúan un sistema machista, sabemos en la Liga, porque es nuestro trabajo diario y vemos el sentido de una huelga estudiantil. Por último, la llamada a prescindir en lo posible del consumo de bienes y servicios tiene un carácter simbólico y reflexivo. Hay que visibilizar nuestra capacidad de análisis crítico y nuestro poder para decidir qué elegir y qué rechazar en un mundo que, con frecuencia, sólo nos tiene en cuenta como consumidoras de publicidad.
Nuestro “no hacer”, nuestra ausencia, es sólo una parte del 8M, nuestra presencia y nuestra voz estará en la calle. Hace días que grupos de mujeres, dentro de las empresas y de las asociaciones feministas, ponen en marcha acciones informativas, componen canciones, preparan performances y encierros, deciden colgar delantales en ventanas y balcones, eligen plazas para hacer comidas en común y establecen los recorridos y horarios para las manifestaciones, mientras otras “negocian” quién atiende al bebé o al abuelo.
Creo que el éxito del 8M no se medirá el 9, porque va más allá de las cifras. Es un movimiento de concienciación personal y colectiva, para poner la luz en los oscuros rincones de un sistema social, empresarial y cultural que parece haber asimilado la desigualdad y la violencia contra las mujeres con la misma naturalidad con la que durante siglos aceptó la esclavitud o la falta de derechos de la mayoría. Enfrente, las fuerzas que se oponen a los cambios que exigimos, las de siempre, se camuflan con ropajes de modernidad e incluso se declaran feministas mientras atribuyen los datos escandalosos de la desigualdad a la falta de preparación de algunas, o achacan las escalofriantes cifras de feminicidios al carácter o a los problemas de algunas parejas. Parecen decirnos ¡son las personas, chicas, no es el sistema!
El tiempo dirá si el éxito del 8M ha sido un empoderamiento colectivo: el que se consigue cuando las personas son capaces de influir significativamente en las fuerzas personales, políticas, económicas y sociales que, de otro modo, zarandearían continuamente su trayectoria vital, dice Zigmunt Bauman. Pero para que sea un empoderamiento de verdad no basta con adquirir las capacidades para jugar a un juego que nosotras no hemos diseñado, tenemos que adquirir los poderes, las competencias sociales, que permiten cambiar las reglas del juego.
Y mientras tanto, no olvidamos que el primer objetivo es erradicar las violencias machistas: #NiUnaMenos.