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Historia de vida de Naima en Talayuela, Murcia

Compartimos la experiencia migratoria de Naima, vecina de Talayuela y participante en el programa  CAI que desarrollamos en la localidad

Me llamo  Naima  Bulaha, nací en 1967, en Martil , un  pueblo cercano a Tetuán, estoy casada y tengo dos hijos  de 21 y 16 años.  Soy la  penúltima de ocho hermanos y por ello no pude ir a la escuela, mi padre falleció al poco tiempo de nacer mi último hermano  y yo como chica tenía que ocuparme de las tareas de la casa.

Me casé en mi pueblo y a los tres años mi marido  pudo traerme a Talayuela, que es donde él trabajaba y vivía.

Cuando  llegué a Talayuela  hace veintisiete  años, me encantó vivir aquí y eso que sólo había  seis personas  extranjeras (una  mujer de Argelia y cinco hombres de Marruecos), pero no tuve ningún problema  para relacionarme con mis vecinas/os.   No usaba pañuelo ni chilaba… me encontraba muy a gusto.

Recuerdo que nada más llegar llamé a  mi madre desde una  cabina de teléfono que había  cerca de casa para  contarle  como había sido el viaje y como era  el pueblo, mi piso… ¡quería  contarle tantas cosas! Y lo primero que le dije fue “madre, aquí  las casas no tienen pozo”, es que en  el pueblo donde yo vivía cada casa tenía  su pozo  porque  no había  agua corriente en las casas y con esa agua  se  limpiaba, cocinaba,  lavaba…

Me llamó la atención  que en Talayuela, todas las casa tuvieran  agua corriente, cuartos de baños, grifos, luz eléctrica.

Cuando yo entré por primera vez  a mi piso (lo había alquilado  mi marido), me pareció estar en otro mundo,  había maquinas que yo no sabía para que se utilizaban no eran otra cosa que la lavadora, microondas, batidora, el molinillo de café… Mi piso me pareció enorme pues tenía cuatro dormitorios, un  salón, dos baños, cocina y balcones grandes desde donde  yo veía  la vida de Talayuela. Recuerdo que hablando con mi madre le dije: “madre, si vieras mi casa, tengo de todo y en la cocina hay aparatos que aún no sé ni para que sirven”,  de verdad que yo me sentía muy  importante por vivir en un piso así, con el tiempo me di cuenta que mi piso era de lo más  normalito de Talayuela.

Al año de llegar a Talayuela, empecé  a trabajar en el campo, iba en la misma cuadrilla que mi marido , empecé con la recolección de las lechugas y  eso que me costó mucho convencerle para que me dejase ir a trabajar al campo, pero yo vi como vivían mis vecinas españolas y me gustaba mucho, trabajaban, entraban salían, se juntaban para  pasear o tomar un refresco, conducían  sus coches… Eran libres, y eso a mí me gustaba.

Cuando por fin   mi marido me dijo que   “vale, pero vienes en mi cuadrilla a trabajar”, estoy segura  que pensaba que no iba aguantar  el trabajo en el campo  pues es muy duro pero no fue así y desde entonces sigo trabajando en las campañas  de campo o en las fábricas.

Desde que llegué a Talayuela hasta  hoy no puedo decir que me haya ido todo bien  ni mucho menos, me ha tocado vivir tiempos muy duros, con muchos problemas, pero  siempre he encontrado el apoyo y la ayuda  de mis vecinos/as  que son como mi familia ya.

Aprendí el español  muy pronto de  hablar con mis vecinas y con la gente que trabajaba, pero no sabía escribir y gracias a las clases de español de la Liga aprendí a leer y a escribir, (muchas  gracias Lola, no te imaginas  el bien que me has hecho con tu insistencia  y tus consejos). Ahora me doy cuenta que es lo mejor que  he   podido hacer en mi vida, pues me permite ser yo misma no dependo de nadie. Bueno, tengo un sueño que aún  no he logrado: sacarme el carnet de conducir, pero no lo descarto.

La mayoría de los/as marroquí que viven en Talayuela, piensan volver cuando sean viejitos  a Marruecos. Yo no, yo pienso quedarme  aquí y cuando me muera que hagan con mi cuerpo lo que quieran (yo ya no me voy a enterar de nada).

Programa financiado por la Dirección General de Programas de Protección Internacional y Atención Humanitaria del Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones y el Fondo de Asilo, Migración e Integración.