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Juan Pablo Ortega, el mejor ciudadano, el mejor amigo

POR VICTORINO MAYORAL
PRESIDENTE DE LA LIGA DE LA EDUCACIÓN

Sobre las cualidades humanas de Juan Pablo Ortega, sobre sus “virtudes” personales, existe un raro y unánime consenso: se trata del Mejor  Ciudadano, del Optimus  Civis que decían los romanos. Un  heredero de los viejos estoicos del mundo clásico, cultivador esmerado de la virtud cívica, como compromiso de deberes y responsabilidades al servicio de la comunidad ciudadana y de la república; ciudadano del mundo y de la comunidad humana universal, y poseedor de un código ético de  conducta que aplicaba con gran empatía a todos  sus semejantes.

Algunos, en broma,  decían  de él que tenía perfil de veterano senador norteamericano. Pero, yo siempre le vi como un maestro, como la réplica actualizada de  un  maduro  pedagogo  de la mejor época republicana. Porque a él le debo, entre otras muchas cosas, el conocimiento de alguna de las  obras más características de la Ilustración, como “Las ruinas de Palmira”, del ilustrado francés Conde de Volney, que Juan Pablo me regaló. Una denuncia racionalista, y prerromántica, a la vez, del fanatismo religioso y la ignorancia  como origen de persecuciones, guerras e inquisiciones.

Por muchos motivos, para la Liga de la Educación, que tuvo el  privilegio de tenerle como Presidente de Honor, su figura, además de merecedora de este homenaje a su memoria, constituye un modelo de conducta a seguir por todos nosotros y por las generaciones más jóvenes que tendrán que relevarnos.

Castellano de Segovia, nacido en El Espinar, de cuya tierra pinariega era también Gabarrero de Honor, ciudadano del mundo, escritor comprometido y premiado, profesor como los de la estirpe de la Institución Libre de Enseñanza, resistente desde su juventud a la Dictadura franquista, militante ilustrado y socialista democrático, laicista y  consecuente defensor de la tolerancia. Colaborador intelectual muy activo en el impulso inicial de los ideales, valores y raíces ideológicas que están  en el origen de una organización como la Liga Española de la Educación, cuya proyección  hemos labrado en la trilogía de Solidaridad, Laicidad y Ciudadanía.

Pero quien mejor puede decirnos sobre Juan Pablo Ortega es precisamente él mismo, como hizo en el Prologo del último libro  que publicó, “El largo combate de un viejo laicista”, editado por Biblioteca Nueva, en 2005, y presentado con gran éxito de público en el salón de actos de este Ateneo de Madrid, en el que nos dejó su  autorretrato biográfico y su testamento literario e  ideológico. Allí está el compendio del camino que Juan Pablo hizo al andar durante la mayor parte de sus 93 fructíferos años. Por eso lo hemos publicado en el folleto que la Liga de la Educación ha dedicado a su memoria. Ahí nos ha revelado  algunos de los rasgos más profundos de su corazón y de su pensamiento. Rasgos que podemos leer, ya que no  escuchar, como la voz escrita que sigue amigablemente hablándonos en el silencio y transmitiendo su sabiduría:

“Siempre- decía Juan Pablo-, en cuantos campos de batalla con palabras entré, luché por los ideales que, a mi modo de ver, mejor podían hacer que la sociedad española fuese digna de ser vivida. Por una sociedad libre,  justa y solidaria, en la que la libertad y la justicia se aseguran la una a la otra”

“Soy repetitivo, es cierto-reconocía con sinceridad-. Y eso porque hay unas cuantas ideas que nunca me abandonan, de las que estoy completamente convencido, que son los leitmotiven, los motivos conductores de lo que escribo: estoy  completamente convencido de que deben ser superados los nacionalismos grandes y pequeños, de que hay que consolidar la Unidad Europea…”A lo que añadía, “pienso que ya es tiempo de que también aquí, separados por fin la Iglesia y el Estado este sea  realmente  un Estado laico y en él cuestiones tales como los derechos de la mujer, los métodos anticonceptivos, el aborto, el divorcio, la homosexualidad, la eutanasia, la investigación con células madre y otras por el estilo se aborden con criterios, tal vez menos divinos, pero indudablemente más humanos que los que hasta ahora se han impuesto al abordarlos “

Juan Pablo se declaraba agnóstico, pero sinceramente respetuoso con la religiosidad de todas las personas, e incluso admirador de aquellos creyentes que movidos por su fe dan ejemplo de abnegación y entrega a los demás. También se consideraba  anticlerical, pero como rechazo al clericalismo que, tantas veces en nuestra historia, ejerció, y ejerce,  un poder e influencia abusivos sobre nuestras vidas e instituciones  civiles.

A esto cabría añadir su denuncia contra todo tipo de prejuicios, como reflejó en su novela “Los marrajos” (1992) Los prejuicios que llevan a estigmatizar al musulmán, al gitano, al judío, y a cualquier  persona diferente, como el “otro” que no es de los “nuestros”, como distinto, sospechoso, peligroso, antes que como seres humanos dotados de dignidad y derechos iguales de ciudadanía. Uno de los indudables servicios que prestó Juan Pablo Ortega escritor fue  su  capacidad para  combatir y reflejar algunos  de los problemas más lacerante de nuestro tiempo” Era un observador sensible y diligente de los cambios migratorios y las reacciones xenófobas, intolerantes, racistas y violentas que se estaban ya produciendo en las últimas décadas del siglo XX, y han explosionado sobre Europa comenzando el siglo XXI.

Pero, sobre todo, Juan Pablo se consideraba laicista. Por ello afirmaba, “He de confesar ahora que, en  los benditos-nunca mejor empleado el término-tiempos del nacional-catolicismo, yo era un laicista sin saberlo” Y añadía,” si hubiera  que buscar un común denominador para cuanto, a veces repetitivamente, he escrito, ese común denominador sería el laicismo”. La laicidad y el laicismo, como laicidad activa y comprometida, fueron pues claves de su pensamiento y de todas sus acciones y obras literarias y no literarias.

De ello se mostró profundamente orgulloso y  satisfecho en el  Prólogo que mencionamos, siendo ya  ochentañero: “ahora que veo – decía-que, en este país nuestro, el laicismo, lejos de ser algo trasnochado, es un grito en pleno día de las nuevas generaciones, me alegro haberme hecho viejo luchando por una idea que, por vieja que en realidad sea, entre nosotros, se diría tan joven y que, por fin, se está abriendo un ancho camino por aquí”

Ese fue para mí, y para mucho, Juan Pablo Ortega, Presidente de honor de la Liga Española de la Educación; un honor de Presidente.

Un espejo de limpias y serenas cualidades de ciudadano y amigo que debemos  celebrar, recordar e iluminar, hoy y siempre.