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25 de noviembre o no, seguimos en guerra contra el machismo

Por Ana Rodríguez Penín
Secretaria de Igualdad de Género de la Liga de la Educación

Cada año, al acercarse el 25 de noviembre, empiezan a resonar a bombo y platillo los datos de la ignominia machista. ¡Como si fuera necesario hacer un resumen para tenerlos presentes! Los medios de comunicación y las instituciones que de una u otra forma ese día sienten que la situación de las mujeres y especialmente la violencia de género les concierne (o vende) ponen el foco y le dedican un espacio y un tiempo. Y se debate.

Se pregunta si ahora hay más machismo o menos que hace 40 años, como si todo el trabajo de sensibilización y formación realizado hasta ahora no hubiera servido para nada y, al mismo tiempo, concediendo carta de naturaleza inevitable a la violencia de género. O se plantea si el camino de la igualdad y de la valorización de las mujeres está en marcha y por esa razón asistimos a una vuelta de tuerca del machismo, a un machismo exhibicionista y faltón en las redes sociales y en algunas tribunas públicas, a un rebote agudizado de neomachismo que va más allá del asesinato de las mujeres para vengarse en sus hijos, como si fuera una consecuencia inevitable de la liberación de las mujeres. Claro que también hay quien niega que exista un repunte de machismo juvenil, pero que ahora se les pregunta lo que piensan o ellos lo manifiestan públicamente a través de las redes sociales. Incluso se puede afirmar que el planteamiento por la igualdad está conduciendo a una guerra de sexos, reduciendo un problema estructural, sistémico y universal a un conjunto de actos individuales sin responsabilidad social alguna.

Pero, de una u otra forma, se debate y en ocasiones se alerta, por ejemplo, sobre la íntima dependencia que los derechos de las mujeres mantienen con la fortaleza o la debilidad de la democracia (Amelia Valcárcel) y el hecho de que estén presentes o no en la agenda pública, como si lo que afecta a la forma de vida de la mitad de los seres humanos fuera un lujo ajeno a la calidad de las democracias.

Que el tema está vivo y que adquiere cada vez mayor fuerza política y social es fácilmente constatable. El espacio que a través de internet la prensa diaria dedica a cuestiones que el feminismo pone sobre la mesa es cada vez más frecuente y en mayor número de medios. La resonancia que internacionalmente han adquirido las denuncias de las mujeres en los casos de acoso sexual en el ámbito cinematográfico y político no tiene parangón. La fuerte movilización que en los dos últimos años mantienen las mujeres en ciudades de toda España, convocadas desde plataformas feministas a través de las redes sociales, incorporan cada vez un mayor número de hombres de todas las edades, son conducidas por mujeres jóvenes y muy jóvenes que tratan de mover a sus colegas de estudios, de trabajo o de diversión y proclaman a los cuatro vientos su libertad y su ansia de autonomía. Hemos visto que las redes sociales pueden echar humo y llenarse de protesta las plazas y calles en casos concretos como el de Juana Rivas o el juicio a “la Manada”, casos donde el machismo se pone de manifiesto en la forma de aplicar las leyes o interpretarlas. Sólo la vigilancia y denuncia inmediata facilitada por las redes sociales ha permitido estos días que el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad (¡inconcebible!), retire de la campaña “Menores sin alcohol” el cartel que relacionaba su consumo en las chicas con el aumento de violaciones, mostrando también en este caso, cuán enraizada está la idea de que la víctima es culpable.

Podríamos concluir, pues, que hay cada vez una mayor conciencia para denunciar el machismo allá dónde muestre sus raíces o enseñe los dientes. Y sin embargo, al mismo tiempo, los datos que proporcionan las investigaciones resaltan una y otra vez la “normalización”, aceptación o ceguera de una gran parte de la juventud respecto a las conductas machistas y especialmente a la violencia de género. El Barómetro 2017 del Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud afirma que el 27,4% de los y las jóvenes entre 15 y 29 años cree que la violencia de género es una conducta normal en el seno de una pareja; el 31,5% cree que es un problema que aumenta progresivamente por culpa de la población inmigrante; el 21,2% considera que es un tema politizado que se exagera; y casi un 7% cree que es un problema inevitable que, aunque esté mal, siempre ha existido. A su vez, la Macroencuesta de Violencia Contra la Mujer de 2015 señalaba que el 21,1% de las mujeres menores de 25 años que han tenido pareja han sido víctimas de violencia de género, frente al 9% de las mujeres en general. Y la cifra ascendía al 25% en las jóvenes de 16 a 19 años en los últimos 11 meses de la encuesta. Aumenta el número de menores denunciados por violencia de género con adopción de orden de protección o medidas cautelares, etc.

¿Hay causas que expliquen esos datos? Las hay. En la Escuela de verano en Alcalá tratamos de analizarlas: existe un retroceso en la Educación en Igualdad por un fallo de las políticas preventivas a cargo de las Administraciones, al reducir durante años las dotaciones presupuestarias, la formación del profesorado, la investigación para intervenir con eficacia dentro y fuera de las aulas, y sobre todo, al suprimir los espacios y tiempos para el aprendizaje de los valores fundamentales para una ciudadanía democrática, la igualdad y la lucha contra la violencia de género, mientras potencia asignaturas y enfoques neoliberales bajo la excusa de “preparar para el futuro”. En consecuencia se detecta en gran parte de la juventud una absoluta falta de educación afectivo- sexual y una utilización masiva de pornografía como fuente de información, que genera tanto una sexualidad sin precauciones como una consideración absolutamente errónea de la sexualidad femenina, siempre humillante para la mujer y al servicio de un macho dominante. Al mismo tiempo, la sociedad no sólo mantiene los estereotipos de la desigualdad, sino que los transforma para agudizarlos, la socialización de niñas y niños se diferencia hasta lo ridículo, al tiempo que el mercado trabaja en la hipersexualización de las niñas, la adolescencia se adelanta y con ella el consumo simbólico de contenidos sexuales, las tecnologías de la información facilitan el ciberacoso, y mientras tanto, la construcción social de las relaciones amorosas mantiene los mitos del amor romántico.

Por esas y otras muchas razones, nuestro trabajo, el de la Liga Española de la Educación y el de la Fundación CIVES, no puede permitirse un respiro ni bajar la guardia. Porque el origen de todas las violencias y desigualdades es el mismo: la falta de reconocimiento de la dignidad y el valor de las mujeres como seres humanos, como fines en sí mismos y no como objetos propiedad de nadie o como sujetos de menor categoría respecto a sus derechos de ciudadanía. Para cambiarlo es necesaria toda una revolución, la del trabajo diario, constante, sistemático, realizado y evaluado con perspectiva de género. Y seguimos.

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